El 17/02/2022 se publicó un artículo de opinión del Dr. Xavier Fàbregas en el diario Mundo Deportivo en el que habló acerca de la diferencia entre la ansiedad y la angustia, como experto en adicciones y salud mental.
Todos hemos oído hablar o hemos padecido un estado de nerviosismo y de malestar que a veces se califica como ansiedad y otras veces como angustia. La sintomatología es muy parecida, pero es esencial poder distinguir entre las dos situaciones porque tienen un origen y un tratamiento muy distinto.
La ansiedad tiene un origen físico
Es una reacción aguda ante una situación estresante. Se ponen en marcha mecanismos de respuesta automática ante lo que valoramos como un peligro. Y esta respuesta es la misma que se produce en los animales o la que tenían los hombres primitivos. Desde siempre la reacción ante el peligro es la huida (si se puede) o la lucha (si no hay más remedio).
Para esa reacción el cuerpo hace una descarga de hormonas llamadas catecolaminas, las hormonas del estrés. Se liberan en sangre la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol. Esta descarga actúa sobre diferentes órganos y da lugar a una serie de reacciones corporales que nos preparan para huir o para luchar. Así, las pupilas se dilatan (para ver mejor), el corazón se acelera (para bombear más sangre) la respiración se hace más profunda (para captar más oxígeno) la musculatura se tensa (para salir por piernas o para la pelea) la piel se pone pálida (se desvía la sangre desde la periferia a los órganos importantes) e incluso se nos pone piel de gallina. Además, se inhiben otras funciones corporales que no son imprescindibles en ese momento, como la digestión o el deseo sexual.
Por ello, las crisis de ansiedad tienen una duración limitada. Aunque puedan resultar molestas o desagradables no pueden durar más allá de quince minutos, lo que corresponde con la descarga de las catecolaminas y la extinción de las reacciones derivadas. En la naturaleza es el tiempo que media entre el peligro y la salvación o la muerte. Pensemos por ejemplo en el ataque de una leona a un ñu o a una gacela; todo se dirime en unos minutos. Por lo tanto, no tendría sentido la prolongación de ese estado de sobreexcitación más allá del tiempo necesario para la supervivencia. Cazar o ser cazado. Comer o ser comido. Pasado ese tiempo volvemos con bastante rapidez a la normalidad. En los documentales de naturaleza el herbívoro vuelve a comer hierba a unos metros prudenciales de la fiera que le atacaba y con las que se ha echado una carrera a vida o muerte
Hay personas que sienten ansiedad ante estímulos irrelevantes para la mayoría y es cuando se necesita un abordaje terapéutico para minimizar un sufrimiento innecesario.
Esta reacción es clave para sobrevivir y sería adaptativa en caso de que nos enfrentemos a un peligro real. La ansiedad solo es patológica si el estímulo que la provoca no es realmente merecedor de toda esta compleja respuesta corporal. Si nos atacan, ante un accidente, ante un peligro real para nosotros o para los nuestros nos parecerá una respuesta adecuada y pertinente. Sólo está fuera de lugar si se produce ante situaciones que la mayor parte de las personas consideraremos no merecedoras de ansiedad.
Hay personas que sienten ansiedad ante estímulos irrelevantes para la mayoría y es cuando se necesita un abordaje terapéutico para minimizar un sufrimiento innecesario. A nadie le parecería mal reaccionar ante un agresor armado o un tornado, pero no lo veríamos normal ante una pieza de fruta o una suave brisa de verano.
Este miedo inadecuado (por la banalidad real del estímulo o por la injustificada percepción distorsionada de su letalidad) nos hace pasar un mal rato e incluso puede llegar a ser invalidante. En vez de prepararnos para la acción nos paraliza, lo que va en contra de las posibilidades de sobrevivir. Se produce taquicardia exagerada, hiperventilación, agarrotamiento de la musculatura…
¿Cómo tratar la ansiedad?
Frente a la ansiedad hay tratamientos ansiolíticos (los que intentan contrarrestar los síntomas que ya se han producido) que a veces se recetan sin tener en cuenta que podemos enseñar a tolerar estas sensaciones sin necesidad de recurrir a medicamentos. Y hay una estrategia más natural: el bio feedback, que consiste en aprenderse a relajar porque entendemos lo que nos sucede y ya lo hemos vivido antes.
Imagina que ya has visto una película de terror varias veces. Como ya sabes lo que va a suceder ya no se produce el sobresalto del primer visionado. Si hemos hablado en público muchas veces ya no sentimos la misma ansiedad que las primeras veces. Incluso se llega a disfrutar. Si nunca has volteado una tortilla de patatas lo pasas mal, pero nos admira la calma de los que lo han hecho muchas veces. Estos ya no sienten ansiedad. Han entrenado su cerebro ante una situación que han comprobado que saben resolver.
La angustia tiene un origen mental
Es la anticipación de un malestar, de un fracaso que ya hemos padecido anteriormente y que nos da miedo que se pueda repetir. Seguramente hemos padecido con anterioridad un episodio de ansiedad (ante un momento de peligro real o imaginado), pero nos obsesiona que se pueda repetir. Y si la ansiedad es reactiva, en el momento en el que se necesita para la acción, la angustia en cambio nos desgasta y nos hace llegar más cansados y más impotentes, más desvalidos ante las necesidades de la vida.
Como he explicado antes, la ansiedad es de corta duración. En cuanto se agotan las catecolaminas desaparece con rapidez. La angustia es infinita. Se retroalimenta de la preocupación previa y se consolida con las maniobras evitativas. Para no sufrir lo que creemos que nos puede pasar intentamos evitar que suceda y esto solo aumenta el padecimiento.
Si estamos angustiados el nivel de cortisol es exagerado, lo que repercute en la salud de forma negativa.
Nuestra cabeza no para de dar vueltas, sufriendo anticipadamente por cosas que quizás nunca lleguen a suceder. Alimentamos los pensamientos más oscuros imaginando lo peor cuando la mayoría de las veces no es tan fiero el león como el que nos hemos pintado. Pero por la angustia que sentimos nos encerramos en nosotros mismos, tratando de impedir que nos suceda lo que tememos y esto va a impedir aprender para entrenar al cerebro frente al miedo. El que ya ha visto la película de miedo, ya ha hablado en público o ya ha girado la tortilla unas cuantas veces desactiva el mecanismo de alarma.
Se disparan los niveles de cortisol, que en condiciones normales se producen a niveles controlados para activarnos cuando empezamos la jornada y tienden a disminuir de forma natural al final del día para permitirnos un descanso reparador. Si estamos angustiados el nivel de cortisol es exagerado, lo que repercute en la salud de forma negativa. Cuesta dormir, damos vueltas a lo que nos preocupa y el problema nos parece cada vez más complicado. Como no descansamos nuestras respuestas cada vez son más ineficaces y es más probable que las cosas nos salgan peor, lo que aumentará nuestra angustia. El estado permanente de alerta nos deja agotados, irritables y desvalidos. Lo contrario a lo que necesitamos para sobrevivir.
Claves para tratar la angustia
La angustia se soluciona con una confrontación ordenada a nuestros miedos. Con una técnica llamada desensibilización sistemática aprendemos a controlar nuestras anticipaciones, aprendiendo a relajarse, a desmontar nuestras creencias erróneas. Y a esperar lo que suceda en la realidad, no en nuestras pesadillas premonitorias. No juzgamos el libro por las tapas antes de leerlo.
El ñu no corre antes para escapar. Se reserva para cuando la carrera le puede salvar la vida.