Se le atribuyen a Winston Churchill muchísimas frases ingeniosas. Una de las más conocidas es aquella que dice: “dejar de beber es fácil. Yo lo he hecho más de cincuenta veces”. Parafraseando al gran Winston parece que dejar el tabaco es una ardua tarea que en muchos casos supone un fracaso y la necesidad de volverlo a intentar.
Dejar de fumar es una de las acciones que reportan más beneficios en la mejora de nuestra salud. Sabemos, sin lugar a dudas, que abandonar el tabaco tiene repercusión clara en la reducción de la posibilidad de padecer muchas de las enfermedades que se derivan de su consumo.
Según se recoge en la Biblioteca Nacional de Medicina de los EE.UU al año de dejarlo el riesgo de enfermedad cardíaca es la mitad que el de alguien que siga fumando, a los cinco años el riesgo de tener cáncer de boca, garganta, esófago y vejiga se reduce a la mitad y la incidencia del cáncer de cuello es el mismo que el de alguien que no haya fumado nunca. Entre 2 y 5 años tras dejar de fumar el riesgo de accidente cerebrovascular también vuelve a ser el mismo que el de un no fumador. A los 10 años el riesgo de morir por cáncer de pulmón es casi la mitad del que tienen los fumadores y a los 15 el de enfermedad coronaria vuelve a ser el mismo que el de la población general. Además de los múltiples efectos del tabaco sobre la piel, las encías, las enfermedades obstructivas del aparato respiratorio o sobre la disfunción eréctil y el bajo peso al nacer de los hijos de madres fumadoras.
Dejar de fumar parece más difícil de lo que es en realidad, pero depende en gran medida de dos factores que son determinantes para tener éxito:
- La motivación para dejarlo.
- El conocimiento de cómo funciona esa adicción y los posibles desencadenantes de una recaída.
Lo primero que hay que reconocer es que el hábito de fumar se desarrolla por factores emocionales y no por decisiones lógicas. No es una elección libre, sino el fruto de la combinación de factores personales y malignos planes de negocio.
Nadie puede contar que la primera experiencia con un cigarrillo fuese agradable. Recuerden la escena: escondidos de las miradas de los adultos a los que se les había birlado uno, estábamos con un amigo pasándonos el cigarrillo entre toses, voces roncas y lagrimeo que nos provocaba el humo y sintiéndonos adultos por primera vez. Era como un rito de paso de los Masai pero sin la necesidad de cazar un león con una lanza. Era como la escena de Robert de Niro en Taxi Driver, enfrentándonos al espejo desafiantes. El placer estaba más en hacer algo prohibido, aunque de entrada no fuese agradable. Al tabaco había que acostumbrarse, igual que al alcohol de garrafa de las primeras copas que quemaban la garganta como agua de fuego.
No hace tantos años se ha podido demostrar, después de largas luchas legales que obligaron a las compañías tabaqueras a publicar finalmente la lista cualitativa de las más de 600 sustancias que se añaden artificialmente al tabaco, que muchas de ellas eran para potenciar la adicción a la nicotina.
Una vez creada la necesidad, ya no se fuma por placer sino porque la falta de nicotina produce un efecto de llamada, unas sensaciones desagradables que solo se solucionan encendiendo otro cigarrillo. Pero uno mismo se engaña diciéndose que es una elección libre mientras imita las poses de los actores y actrices que durante años han sido iconos de identificación. Haga usted el sencillo ejercicio de recordar cuantas imágenes glamourosas tiene asociadas al tabaco y piense en como nos han influido subliminalmente. Por cierto, dos de los cowboys que participaron en los famosos anuncios de una marca americana de cigarrillos galopando con una manada de caballos murieron de cáncer de pulmón.
En todas las adicciones los factores emocionales son los que desencadenan el empezar a consumir y son los que dificultan el dejarlo. Las zonas del cerebro donde generamos las emociones son las mismas en las que actúan las drogas. No es suficiente con razonar por qué tenemos que dejar de fumar. Nuestro cerebro racional tiene que trabajar para contener lo que desea nuestro cerebro emocional. Por eso cuesta hacer lo que nos conviene si no nos gusta. Eso explica también la dificultad para hacer régimen, por ejemplo. Si lo que engordase fuesen las acelgas no habría ninguna persona gorda en el mundo, pero lo que engorda es lo que nos apetece.
Para dejar de fumar se necesita primero creer en la importancia de dejarlo. Infórmese de las consecuencias del tabaco, calcule lo que le cuesta fumar y en que podría gastarse ese dinero, haga una lista sincera de las ventajas y las desventajas de fumar.
Lo siguiente es informarse de todos los métodos que le pueden ayudar. Pregunte a los que lo han dejado cómo lo han hecho. Cualquier método que haya funcionado para otro puede ser también útil para usted. Y a veces hay que probarlo de diferentes maneras hasta encontrar lo que nos sirve a nosotros.
Sepa que dentro del proceso de dejarlo hay que contar con que habrá momentos puntuales en los que reaparecerá el deseo de fumar, por eso es una adicción, pero son episodios que remiten cuando nos enfrentamos a ellos y que desaparecen si cada vez que el tabaco nos llama reconocemos que es una trampa que nos ponemos nosotros mismos. No hay que renegociar lo que ya está decidido. Solo hay que resistir. Cada vez. Todas las veces. Haciendo cosas alternativas. Y se consigue. Y les aseguro que deja de ser una lucha al cabo de un tiempo. Desaparece la batalla.
Artículo escrito por el Dr. Xavier Fàbregas, publicado en el Mundo Deportivo